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“La Cruz y el Cerdo”  de Nieves Guijarro Briones, los limites de lo onírico

 

Para los que disfrutamos con cierto tipo de desafíos intelectuales, es siempre gratificante, tropezar con personas del calibre de Nieves Guijarro Briones, aunque tal hallazgo, por desgracia, sea hoy en día un placer poco frecuente.

 

Escritora, editora de la línea “Puño sucio” de Ediciones Vernacci, crítica literaria, bloguera a través de su canal “Caosfera”, locutora, colaboradora habitual en diversos programas de radio y podcast especializados tanto en cine, (le encanta el género de terror), como en investigación sobre temáticas de misterio y esoterismo, modelo ocasional de fotografía y video, fanática del “splatterpunk”,  luciferina, independiente, mujer sensual, atractiva, inteligente…  Todos estos conceptos, (y alguno más), podrían perfectamente  desvelarnos las múltiples facetas de esta fémina tan vinculada al mundo de la cultura, pero no definirían nunca la compleja realidad de su personalidad poco corriente.

 

Dotada de una inteligencia aguda como el filo de una cuchilla, Nieves es capaz de plasmar ya sea en palabras o por escrito análisis sagaces y bien argumentados sobre películas, libros, o la vida misma, siempre con tono mesurado pero no exento de un inteligente sentido del  humor. Y un buen día, decide “salir al mundo” editando a través del sello editorial del  que es alma mater, “Caosfera Libros”, su primera novela.

 

Y es aquí, donde nace “Orquídeas para Perséfone” (2019), una aproximación al mas allá desde el punto de vista de la fantasía onírica, un canto a la esperanza para todos, una pequeña maravilla que os recomiendo, y que podéis encontrar a través de Amazon ó Lektu.

 

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Pero la creatividad de Nieves no podía quedarse solamente en un primer paso, y así hace poco ha visto la luz su segundo libro, “La Cruz y el Cerdo”, un trabajo que en sus propias palabras podría calificarse de “su obra más personal”, y donde ahonda una vez más en el mundo onírico, y en las diferentes sombras y simbologías que lo forman.

 

Una obra, densa y rica en matices, en la que vais a encontrar nuevos significados cada vez que releáis el texto, y a la que si le unimos el valor de una muy cuidada edición fruto de un gran trabajo de Rafael Lindem,  más cerca de los códices miniados que de los libros corrientes, y una excelente calidad de impresión, en la que podremos disfrutar de impactantes ilustraciones a cargo de Anher y Afthevenet, será muy difícil que deje a nadie indiferente, yo particularmente os la recomiendo.

 

Y ahora, porque no podría ser de otra manera, os dejo con un breve texto de la misma Nieves, donde os ilustrara sobre cómo y de qué manera se concibió y construyo “La Cruz y el Cerdo”.

 

Saludos.

 

 

UNA DE CRUCES, UNA DE CERDOS

 

Usar la pluma a modo de bisturí provoca un placer inigualable. Quienes mejor me conocen saben que sentarme frente al papel en blanco dispuesta a sacrificar la privacidad de mis sentimientos más íntimos es una experiencia que me pierde. Y, puesto que me invitan hoy a hablar con sinceridad de mi obra y de las diferentes metodologías que uso, aprovecho la oportunidad para adentrar a los lectores en esta ficción abstracta, abigarrada y personal que es mi segundo trabajo: La cruz y el cerdo, que vio la luz a principios de este año por obra y gracia de la iconoclasta Ediciones Vernacci.

 

El esqueleto de mi obra más personal se fraguó durante una noche del solsticio de verano. Esa noche tuve un sueño un tanto peculiar, un sueño vívido que para mí supuso una experiencia inigualable y que debía plasmar en papel. En aquel momento recuerdo que había una convocatoria de relatos, y decidí aprovechar que me sentía inspirada. De forma que redacté el manuscrito. Después, pedí al editor Rafael Lindem que lo leyese y me diese su opinión con sinceridad. Rafael se tomó su tiempo para leerlo y realizó las correcciones pertinentes, con las que quedé bastante satisfecha. Pero me dijo algo más, la obra le parecía muy interesante y, en su opinión, merecía más desarrollo, de forma que me animé a seguir su consejo. No en vano, la historia era muy simbólica y las sensaciones que experimenté al principio, durante aquel sueño revelador, no eran ni habituales ni descriptibles. Aquella fantasía pesadillesca —porque lo es— no era solamente producto del lado más oscuro y abyecto de mí misma; algo más, estoy convencida, guió cada paso que dio mi mente mientras fue cobrando forma a obra. Traté de experimentar de nuevo aquel sueño peculiar y cuasi enfermizo para captar más detalles, pero fue imposible. El subconsciente es algo que está fuera de nuestro alcance y que debemos dejar fluir con libertad. Pensando en estas cuestiones tuve una idea y la comenté con Rafael. Él conocía mi costumbre de realizar ciertas prácticas relacionadas con el mundo metafísico y astral; una de estas prácticas es el trance, que como sabemos es un estado que sirve de vehículo a ciertas  funciones neurológicas y físicas, ayudando a que se transformen y se conviertan en receptoras de estímulos que no podrían percibirse de otro modo. Las técnicas de trance son variadas, en mi caso utilizaba sonidos binaurales —concretamente ritmos binaurales de baja frecuencia— y me concentraba en los estímulos que me transmitía el ambiente que me rodeaba. Normalmente, para llegar a este estado de trance los expertos suelen utilizar el sistema VAK, un sistema que se ayuda de los cuatro canales básicos, es decir: visual, auditivo, táctil y kinestésico. En mi caso, el que mejor funcionaba era el auditivo, concretamente el tipo de frecuencias antes mencionadas. Otra de mis técnicas favoritas es la meditación, un estado que me permite lograr la concentración necesaria. Sin embargo, el trance es mucho más eficaz, un canal directo con el subconsciente. Ambas técnicas, en especial la primera, fueron mis principales herramientas, con la ayuda de una tercera: la relajación. Ésta última fue una excelente antesala en cada paso del proceso, sobre todo por su alta efectividad contra las malas vibraciones y la negatividad.

 

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Una vez compuse un método de trabajo ideal para mis propósitos, abordé la experiencia no sin cierto temor, ya que no sabía lo que iba a encontrarme en este viaje tan singular y profundo. Efectivamente, no fue sencillo; logré lo que deseaba, ya que mi predisposición para entablar este tipo de contactos siempre ha sido alta, pero al principio viví sensaciones demasiado fuertes y la incertidumbre me jugó malas pasadas. Nunca jamás he sido protagonista de un proceso creativo similar, escuchaba voces de diferentes tonalidades que se presentaban como los protagonistas de la obra, con nombre propio e incluso características, y me contaban la historia al detalle y con una claridad inusitada. Aquellas presencias conocían al detalle el primer manuscrito, o eso parecía, y construían la prolongación de la historia haciendo un uso sorprendente de ese conocimiento. Para más inri, respetaron el principio de la primera versión, así como el final, y únicamente se afanaron en construir el cuerpo. Hasta aquí, todo puede parecer relativamente fácil pero, como he dicho en párrafos anteriores, no fue sencillo. También hubo ocasiones en las que no obtuve resultado alguno, y otras en las que la comunicación estuvo sujeta a ciertas “interferencias”, posiblemente por encontrarme en un estado psíquico más alterado de lo que era aconsejable para aquel ejercicio. El siguiente paso presentó también importantes dificultades, ya que tuve que transcribir cada párrafo de memoria. Pero logré captar la esencia de la historia, aunque el primer borrador resultó un verdadero caos. Había que ordenar el material; para ello tuve que releer los párrafos una y otra vez, amén de guiarme por el arma más poderosa con que contaba en aquel momento: mi sentido común. Muchos segmentos eran demasiado ambiguos y contenían elementos que no acertaba a comprender bien, por lo que tuve que actualizar algunos de mis conocimientos para poder armar el puzle. Ni siquiera yo misma había captado ciertos detalles de la obra hasta que, una vez armado el conjunto, logré desentrañarlos. Eso sí, después de varias lecturas. Tal vez resulte extraño pero, debo decir que aún hoy en día, cuando la reviso, ciertos aspectos me siguen resultando crípticos.

 

Ya tenía la obra, que era lo más importante, pero por supuesto necesitaba añadirle un plus para que resultase mucho más interesante. Ese plus llegó con  el cuidado prólogo de Frank Escandell, tecnólogo, divulgador cultural y nominado al premio Accenture de periodismo, y el fantástico epílogo de Badger Hannibal, investigador paranormal y experto en el campo de la sanación espiritual con tótems animales. Por fin lo tenía. Quedaba el último paso, un paso extremadamente importante y crucial en este camino: el proceso de edición. Debo decir que Rafael Lindem hizo un magnífico trabajo con la revisión y el diseño del formato. Mimó mucho el contenido y la apariencia. Cuando me explicó su idea para la presentación quedé encantada. Esta primera edición limitada a 100 ejemplares llegaría en formato tapa dura, una maquetación al estilo de los viejos códices miniados y con las magníficas ilustraciones de Anher y Afthevenet. El resultado es un sueño hecho realidad.

 

Cuando pude palpar el primer ejemplar que cayó en mis manos, me sentí profundamente emocionada. Ver el dictado de aquellas presencias invisibles —o sombras creadas por mí misma conforme al paradigma de Jung, quién sabe— plasmadas sobre el papel de aquella forma tan artística y adecuada me dejó claro que me encontraba ante una de las mejores cosas que he hecho en mi vida. Sólo me queda invitaros a formar parte de esta maravillosa experiencia, a sumergiros en esta historia sobre la salvaje dualidad que convive en nuestro interior, sobre la opresión que el mundo ejerce constantemente en nosotros, sobre obsesiones, sobre cruces, sobre cerdos...

 

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